¿Cómo era Adán antes del Pecado? La Gloria y la Semejanza de Adán


Como hemos estudiado una y otra vez, la figura de Adán es fundamental para entender la primera cristología cristiana desde una perspectiva mística. Jesús, a partir de su resurrección, emerge como el nuevo Adán de la nueva creación. Y es que si por desobediencia el primer Adán perdió sus dimensiones divinas (esto es transparentar la gloria de Dios) y su amistad con la creación (especialmente con el mundo animal), a través de la fe en el segundo Adán el hombre se va haciendo semejante a la imagen del hombre tal como lo soñó y creó Dios.  Este es el proceso de la divinización del que hablan los ortodoxos, pero que ya encontramos en el judaísmo del tiempo de Jesús. El recobrar la gloria de Adán, es un ejemplo tomado de la teología del Qumran . Para Pablo estas son también ideas fundamentales.  En 1Cor 15,45-48 el apóstol contrapone al primer hombre Adán, quien llegó a ser un ser viviente (Gn 2,7) formado de la tierra y el barro con el último Adán, quien llegó a ser vida, dador del espíritu, el hombre celestial. Ahora bien, ¿cómo es este hombre que soñó y creo Dios? ¿Cómo transparentaba la Gloria de Dios? La literatura judía y cristiana de los primeros siglos nos aportan ejemplos interesantes al respecto. Tomemos un  midras conocido en varios textos (bSanh 38b; Hag 12,a; BerR 8,1; 12,6; 14,8; 19,8; 24,2; WaR 18,2) donde Rav Yehudah dice en el nombre de Rav: el primer hombre alcanzaba un extremo a otro de la tierra como está escrito: “remontándote al día en que Dios creó al hombre sobre la tierra si de un extremo al otro del cielo” (Dt 4,32). Pero cuando él pecó, el Santo, bendito sea, extendió su mano sobre él y lo redujo, como está escrito: “Me estrechas por detrás y por delante, apoyas sobre mí tu palma” (Sal 139,5). R. Eleazar dijo: el primer hombre alcanzaba desde la tierra al cielo, como está escrito: “remontándote al día en que Dios creó al hombre sobre la tierra si de un extremo al otro del cielo” (Dt 4,32). Pero cuando pecó, el Santo, bendito sea, extendió su mano sobre él y lo lo redujo, como está escrito: “Me estrechas por detrás y por delante, apoyas sobre mí tu palma” (Salm 139,5). En este midras las dimensiones de Adán son gigantescas…¿pero van de la tierra al cielo, o de un extremo de la tierra al otro? ¿No hay una contradicción en esto? Los rabinos contestan: No, ambas medidas son idénticas. Es interesante recordar que en el Evangelio de Pedro las proporciones del Jesús resucitado son también gigantescas...remomerando su condición adámica-angelical. 

Ahora bien, las enormes medidas de Adán son sólo un aspecto de su condición divina.  Lo es más el hecho que los ángeles le tengan que adorar al momento de la creación. En otra entrada vimos el ejemplo de la Vida latina de Adán y Eva donde Dios obliga a los ángeles a postrarse delante de Adán precisamente porque este fue creado a imagen de Dios.  De hecho, la negativa de parte de uno de los ángeles produce su caída y el subsecuente origen del mal. El texto hace hablar al demonio quien le dice a Adán: Precisamente el día en que fuiste formado me arrojaron de la presencia de Dios y me expulsaron de la compañía de los ángeles, cuando Dios inspiró en ti el hálito vital y tu rostro y figura fueron hechos a imagen de Dios; cuando Miguel te trajo e hizo que te adorásemos delante de Dios, y dijo Dios: «He aquí que hice a Adán a nuestra imagen y semejanza». Entonces salió Miguel, convocó a todos los ángeles y dijo: «Adora la imagen del Señor Dios». Yo respondí: «No, yo no tengo por qué adorar a Adán». Como Miguel me
forzase a adorarte, le respondí: «¿Por qué me obligas? No vaya adorar a uno peor que yo, puesto que soy anterior a cualquier criatura, y antes de que él fuese hecho ya había sido hecho yo. El debe adorarme a mí y no al revés».  Al oír esto, el resto de los ángeles que estaban conmigo se negaron a adorarte. Miguel me insistió: «Adora la imagen de Dios». Y contesté: «Si se irrita conmigo, pondré mi trono por encima de los astros del cielo y seré semejante al Altísimo». El Señor Dios se  indignó contra mí y ordenó que me expulsaran del cielo y de mi gloria junto con mis ángeles (13-16).

El último ejemplo sobre el cual vale la pena detenerse lo encontramos en Filón, quien comentando el Gn distingue al Adán terrestre (2,7) del Adán o Hombre Ideal (1,27). En De Opificio Mundi 134, el autor señala: A continuación dice (Moisés) que "Dios formó al hombre tomando polvo de la tierra, y sopló en su cara el aliento de la vida." (Gen. II, 7.) También con estas palabras establece clarísimamente que existe una total diferencia entre el hombre formado ahora y aquel que anteriormente había llegado a la existencia "a imagen de Dios".En efecto, el hombre formado ahora era perceptible por los sentidos, partícipe ya de la cualidad, compuesto de cuerpo y alma, varón o mujer, mortal por naturaleza; en tanto que el creado a imagen de Dios era una forma ejemplar, un ente genérico, un sello, perceptible por la inteligencia, incorpóreo, ni masculino ni femenino, incorruptible por naturaleza. Recordemos que este mundo ideal conocido por el autor como el kosmos noetos se identifica en algunos textos con el Logos como en De Opificio Mundi 20: Así, pues, como la ciudad concebida previamente en el espíritu del arquitecto no ocupa lugar alguno fuera de él, sino se halla impresa en el alma del artífice, de la misma manera el mundo de las formas ejemplares no puede existir en otro lugar alguno que no sea el logos Divino, que las forjó con ordenado plan. Porque, ¿qué otro lugar habría apto para recibir y contener en su pureza o integridad, no digo todas, pero ni siquiera una sola cualquiera de ellas, aparte de Sus potencias? Lo que sucede a continuación es la natural consecuencia de identificar al Adán Ideal con el Kosmos noetos pensado por el Logos como vemos en De Opificio Mundi 24: Si alguien quiere expresarse en forma más simple y directa, bien puede decir que el mundo aprehensible por la inteligencia no es otra cosa que el logos de Dios entregado ya a la obra de la creación del mundo. Más aún el mismo Adán se llega a identificar con el Logos a quien se le llama el Primogénito de Dios que sostiene la primogenitura entre todos los ángeles; o bien como el inicio; el Nombre de Dios; y el Hombre de acuerdo a Su Imagen (De Confusione Linguarum 146). Para más detalles: Peter Schafer, The Jewish Jesus, p. 197-213.

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